Para analizar la acción humana es importante diferenciar las características de dos facultades: la inteligencia y la voluntad. La inteligencia busca conocer la realidad, en sus diversas dimensiones. La voluntad guía la acción en base a lo mostrado por la inteligencia.
En el caso de la inteligencia, cabe distinguir tres grandes modos de usarla: la razón teórica, la razón prudencial y la razón técnica. Cuando hablemos de buena o mala racionalidad habría que distinguir a qué nos estamos refiriendo.
En el caso de la voluntad, podemos identificar la intención como el motor de la acción: los motivos que busca conseguir quien actúa. En segundo lugar, habría que referirnos a las virtudes, que hacen operativa la intención. Las buenas intenciones no bastan. Se pueden tener buenas intenciones, pero si no se concretan de nada sirven.
Cuando hablamos de buenas intenciones, nos referimos a incluir el impacto en los demás como criterio de decisión. Y el nivel mínimo consistirá en no cometer ninguna injusticia contra nadie. Aquí la voluntad se guía por la razón práctica que diagnostica sobre lo justo en una situación concreta.
¿Qué es más fácil de mejorar: la racionalidad o las intenciones? Pienso que la racionalidad, pero sabiendo que existen límites según la capacidad de cada persona. Por eso, además de formar en la racionalidad, habría que revisar qué funciones, tareas, proyectos asignar dependiendo de esta capacidad.
En el caso de las intenciones, es más difícil de conseguir. Además de la formación en lo concreto, mostrando el impacto en otros de las propias acciones, se educa en especial con el ejemplo. En cualquier caso, es un aspecto clave a evaluar al momento de buscar colaboradores y sobre todo cuando pensemos en promover personas.